Argentina y Chile en tránsito :: Día 31, recuerdos desde Madrid
Hace justo hace un año aterrizaba en Madrid tras unas cuantas horas de sueño y vuelo desde la capital Argentina.
Antes de aterrizar, por mi cabeza pasaban imágenes que aún/ya me parecían sueños: las de guanacos cruzando las vías de ripio, las de cardones de 6 metros de altura, las de una catarata donde siempre hay un arcoíris, las de las bufandas futboleras que presidían todos los bares, las de pingüinos perezosos empollando sus huevos, la del trío de orcas acechantes en la costa de la Península Valdés, la de un baile tan imposible como precioso como es el tango, la de una cordillera infinita que abraza los viñedos más hermosos del mundo, las del Fin del Mundo más bello jamás soñado, las casas de colores de una de las calles más arrabaleras de la historia…
Volvía pensando que había saludado, aplaudido y llorado al ver a las luchadoras madres de mayo, había observado horas el Perito Moreno buscando nuevas quebradas, había pasado por el Fin del Mundo sintiéndome una exploradora, había rendido pleitesía a un Salvador Allende casi invisible en la capital por la que dio su vida, había visto enormes ballenas sacar a pasear a sus no menos enormes crías, había llegado tan cerca como nunca soñé de las Torres del Paine, había hablado de política y fútbol con todos los taxistas argentinos que me habían transportado de aquí a allá cual peli de Ricardo Darin, había comido carne, carne y más carne, había compartido banco y charla con mi heroína Mafalda, había probado vinos con historia en parajes inolvidables, había pasado del verano al invierno para luego volver a la primavera y retornar al otoño…
En el avión, mientras recorría los 10.000 kilómetros que me alejan de ese viaje, de esa casa prestada que fue Argentina empezaba a valorar todo lo que viví y desde entonces no he dejado de hacerlo:
Según pasaron los días, Mendoza se convirtió en mi pequeño paraíso argentino, el lugar al que vuelvo una y otra vez los días tristes grises y donde me iría a vivir sin pensármelo dos veces. Y Salta y todo el norte de ese país, el gran descubrimiento que no me canso de recomendar a todo aquel que me pregunta.
Iguazú fue una maravilla que no sólo me dejó con la boca abierta sino que me regaló unos días geniales de exaltación y disfrute.
El Chaltén lo tuvo todo para ser un horror y, sin embargo, me ofreció algunas de las mejores postales del viaje.
En el otro lado, en los recuerdos menos mágicos, se encuentra Santiago que me pareció una sombra sin personalidad, alejada de la imagen que yo tenía de ella; Puerto Madryn y sus ballenas fue la gran decepción del viaje debido a sus cielos plomizos, sus distancias infinitas y aburridas y ese mírame-y-no-me-toques que allí se da tanto. Quizás El Calafate no me dio todo lo que yo le pedí al comienzo del viaje pero su Perito Moreno hace que cualquier viaje allí ya merezca la pena…
Argentina me emocionó. Me traje la cercanía de su gente, siempre quejándose y siempre buscando conversación pero, al mismo tiempo, siempre atenta a tus opiniones y sensaciones. Me llevo esa colección de paisajes contradictorios que van del desierto caluroso, al glaciar más inmenso. Y sobre todo me llevo la sensación de ser parte suya, de sentir que compartimos mucho más que lugares comunes.